Flamenco

Jerez de la Frontera en tres dimensiones

Actualizado

Mercedes Ruiz, Santiago Lara y María Terremoto confirmaron la calidad tridimensional de la territorialidad jerezana

Mercedes Ruiz pasea la gloria de su éxito y sale por la 'Puerta del Príncipe'. SEBASTIEN ZAMBON

María Terremoto y Mercedes Ruiz

Evento: XXXI Festival de Mont de Marsán / Primer espectáculo: 'La huella de mi sentío', de María Terremoto, con Nono Jero (guitarra), y Ezequiel Montoya, José el Pechuguita y Manuel Valencia (coros y palmas) / Segundo espectáculo: 'Tauromagia. Coreografía para la obra de Manolo Sanlúcar', de Mercedes Ruiz, con Ana Agraz y Mercedes Ruiz (baile); Beatriz Santiago, Aurora Caraballo y Vanesa Reyes (cuerpo de baile); David Lagos (cante); Santiago Lara y Paco León (guitarras); José Amosa (teclados) y Perico Navarro y Rafa Fontaiña (percusión) / Lugar y fecha: Café Cantante. 3 de julio de 2019

(Tres estrellas)

La gran embajada de lo jondo a nivel mundial se llama Mont de Marsán. Así, sin más. Aquí no se admite el engaño. Los espectáculos se llenan hasta la bandera y el artista sabe que el público contempla el flamenco desde el espejo de la verdad. Toda la ciudad es durante 24 horas una fuente inagotable de un pozo sin fondo. Y el modo de localizar lo cabal en el mapa de sus sueños es la singularidad.

Esa es la brújula que utiliza la geografía analítica para describir la representación gráfica de la tierra sonora. Y en esa búsqueda, Jerez de la Frontera es ejemplo de calidad y de armonización consumada, aunque la relación entre los flamencos se exprese en términos de territorialidad, proceso que se vincula a la cultura flamenca, sobre todo a la forjada en los arrabales de San Miguel y Santiago durante los siglos XV y XVI.

Pero en esa alucinante territorialidad, cada cual delimita y defiende su hábitat con el claro objetivo de dejar patente cuál es su espacio, cuál es su propiedad, cualidad que se sustenta sobre tres elementos fundamentales, como son el sentido de exclusividad, el sentido de identidad espacial y el modo de interacción en lo que es el espacio de sus vivencias.

María Terremoto, verbigracia, nació en Jerez pero tuvo crianza en Sevilla, pegaíta a su abuelo materno, mi admirado Antonio Benítez, y bajo las bendiciones del Real Betis Balompié. Con sólo 19 años de edad se ha convertido en una cantaora de un alto nivel musical, según ha puesto de manifiesto en la presentación de 'La huella de mi sentío', recital del que podemos extraer dos conclusiones. Por un lado, que todas las voces caminan pero pocas como la de María dejan huellas. Y de otro, que son los pasos del día a día, del recital a recital, los que hacen los camino.

Sus huellas, por fortuna, no están deshabitadas. En su memoria hay sitio para reencontrarse con la carga de vida espeluznante del romance portuense y el martinete. Su voz nunca huye jamás del aire que la devora en las seguiriyas de Diego el Marrurro y Manuel Torre según su abuelo paterno, el irrepetible Terremoto de Jerez. Ve con los ojos de sus predecesores la mirada de la malagueña de Manuel Torre y El Mellizo en sus descensos atonales. En la arena de las alegrías dejó trazas indelebles que ni el mar de los músicos pudieron borrar. Y con la 'Luz en los balcones', la composición musical y letra atribuida a El Bolita pero que popularizó su padre Fernando Terremoto, fue el acabose.

Estábamos, pues, ante la expresión de una cantaora que, tras la excelencia de Nono Jero por bulerías, salió de nuevo pero muy fatigada por la calor sofocante, aunque con el ansia de alcanzarnos en la soleá por bulerías, tangos de Málaga y Triana y, sobre todo, con una bulerías de Jerez donde de nuevo obró el milagro, con el convencimiento de estar ante una voz redonda, muy bien proyectada, uniforme, con un centro grande y una zona aguda tan espléndida como expresiva.

La segunda sesión fue conmovedora pese a la pésima colocación de la luminotecnia, que no pudo arrojar sombras sobre la luminaria de Mercedes Ruiz. Y es que situarse ante la obra discográfica de guitarra de concierto más valorada de la historia, 'Tauromagia', de Manolo Sanlúcar, cabalmente interpretada por el jerezano Santiago Lara -¡ole, ole y mil veces ole!-, y contemplar el ritmo en movimiento de la también jerezana Mercedes Ruiz, es hacer poesía desde la movilidad pensativa.

Hubo, pues, territorialidad en el lenguaje corporal desde 'Tauromagia', que principia con el cuerpo de baile en la 'Nascencia' del toro, para dar paso a la versificación de Miguel Hernández, tan enardecida como las bulerías al golpe de Mercedes Ruiz en 'Como al toro', o los tangos grupales del 'Maletilla' para el lucimiento con las castañuelas de una Ana Agraz que reclama un lugar de mayor privilegio en la danza.

De soberbia se puede calificar las bulerías de 'Maestranza', con Mercedes y su grandes dotes de expresividad con el mantón. O qué decir de 'Oración', donde Lara tremolea y ambienta el escenario para ponerse al servicio del baile, que lo mismo destaca en la bulería por soleá 'De capote' que en la minera-bulería 'Tercio de vara', donde Mercedes y Agraz estuvieron magistralmente en lo técnico y en lo actoral.

Los fandangos de Huelva suenan como 'Banderillas' de colores en la voz del imperioso David Lagos, en tanto que la faena 'De muleta' se detiene en la bata de cola, entre el blanco y el negro de Ruiz y Agraz. Pero la muerte del toro es irrevocable frente al martinete y la seguiriya de la 'Sangre astada' ante el zapateado de Ruiz para la versificación de Miguel Hernández, paseando la protagonista la gloria por la 'Puerta del Príncipe' en aires de alegrías y el ulterior 'Adiós', con la voz en 'off' de Manolo Sanlúcar: "Lo que he sufrido y nada. Todo nada... Me voy, me voy, pero me quedo desierto de arena... hasta la muerte".

Mercedes Ruiz con el portento de Santiago Lara confirmaron, al igual que hiciera María Terremoto, que la calidad tridimensional de la territorialidad jerezana, cuando es equilibrada, precisa y sin ojana, contribuye al éxito rotundo de la representación jonda.

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